«Tu final no es la ceniza de un infierno penitencial, sino el gozo de la Vida por encima de la muerte»
El signo principal de este día ha sido por siglos la “ceniza”, que no es tierra vital (de la que nacen las plantas), sino “escoria” de muerte, madera/materia quemada, que se arroja y abandona en “basureros” o infiernos.
Éste había sido un signo especial (no central) del Antiguo Testamento, leído desde un tipo de visión de Job: Los derrotados de la vida, los condenados a muerte, los expulsados de la sociedad, desnudos o vestido de saco o arpillera, se sentaban o arrojaban sobre un suelo de ceniza, cubrían de ceniza su frente y aullaban o lloraban pidiendo perdón y esperando la muerte.
Así ha querido la Iglesia que celebramos año tras año la cuaresma, recibiendo en la frente la ceniza, mientras decía el sacerdote: Recuerda, hombre (memento homo…), que eres polvo y que al polvo has de volver… Del polvo venimos, al polvo tornamos. No hay otro camino.
Pero ese signo de la “ceniza” de muerte estaba introducido como un “cuña” en parte falsa, casi equivocada: Se nos ponía ceniza en la frente, pero se nos decía “eres tierra/polvo de la tierra” de la que hemos nacido, conforme a la Escritura (Gen 2). No nacemos de la ceniza, ni somos ceniza: Somos polvo/tierra amasado por el aliento húmero de Dios, polvo animado por su “espíritu” (aliento) de amor.
Se nos ponía ceniza de muerte en la frente… pero se nos decía que somos polvo/tierra de vida… Ciertamente, según el Génesis, Dios nos creó de la tierra (nos sembró en la tierra por su Espíritu), pero no para morir, sino para vivir… Sin duda podemos morir y matarnos (por guerra o por odio y pecado), pero no somos tierra para la muerte, sino para la resurrección.
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