

3 de abril de 2024 / 12:01 AM
Durante los días de la Octava de Pascua, la Iglesia se esmera por mantener vivo el espíritu celebrativo del Domingo de Resurrección e invita a los fieles a exclamar constantemente, con profunda alegría: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!
La Liturgia de la Palabra se adentra en los hechos extraordinarios acontecidos tras la resurrección del Señor, sin la cual “vana sería nuestra fe” (ver: I Corintios 15,14). Jesús seguirá apareciéndose a sus discípulos confirmándolos en la fe y preparándolos para la misión que habrán de cumplir.
Esos mismos discípulos, quienes en el momento de la prueba fueron presa fácil del miedo, ahora aparecen con espíritu renovado, llenos de confianza y fortaleza interior, dando testimonio de la grandeza del Maestro. Por esto, la primera lectura de cada día de la Octava está tomada de los Hechos de los Apóstoles.
Hoy, miércoles 3 de abril, celebramos el cuarto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada del relato de San Lucas (Lc 24, 13-35), quien presenta lo acontecido en el camino de Emaús.
Dos de los discípulos de Cristo van de camino a un pueblo llamado Emaús, no muy lejos de Jerusalén. Mientras se dirigen a su destino van conversando sobre los recientes acontecimientos. En medio de la discusión se les acercó Jesús y les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”. Ellos no lo reconocieron y, sorprendidos por la pregunta (toda Jerusalén estaba conmocionada), le increparon no estar al tanto de lo sucedido. El Señor insistió entonces en que le cuenten lo sucedido…