

Entre los yacimientos de la carretera que lleva a Rjim Maatoug, a lo largo de la frontera argelina y a 120 kilómetros de Kébili, en el sur de Túnez, solo transitan camiones cisterna de hidrocarburos en un ballet incesante. A esta zona, donde se enhebran pueblos de aspecto idéntico, bordeados por un palmeral que se extiende 25 kilómetros, sólo se puede acceder con la autorización del Ministerio de Defensa. “Antes esto era un desierto. Construimos este nuevo oasis con el reto de contrarrestar el avance del las dunas y con el objetivo de sedentarizar a las comunidades nómadas”, explica un soldado presente en el lugar.
Frente a estos palmerales, introducidos a finales de los años ochenta con la ayuda de fondos europeos —en particular los de la Agencia Italiana de Cooperación al Desarrollo (AICS)—, se espera que vea la luz una gigantesca central solar construida por la empresa tunecino-británica TuNur, según confirman los documentos de planificación consultados por este diario. “La energía solar y la eólica son infinitas, y Túnez tiene abundancia de ambas”, dice la entidad en su nueva página web. El objetivo de TuNur, que tiene previsto producir 4,5 GWh de electricidad para exportar a Italia, Francia y Malta, es “suministrar electricidad de bajo coste a dos millones de hogares europeos”, a través de una línea de transmisión que unirá Túnez con Europa vía Italia, y así reducir las emisiones europeas de CO₂ en cinco millones de toneladas al año.
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