15 enero 2021 21:28 CET
El debate de centralización o descentralización para la organización de un Estado trasciende a todo tipo de países del mundo. En naciones muy diversas, la pregunta es clara: ¿es mejor optar por un control centralizado desde la capital para conseguir la unidad del país o es preferible reconocer y apoyar esa diversidad para asegurar una coexistencia pacífica? En Kenia, un país de alrededor de 50 millones de habitantes y 45 grupos étnicos oficiales, llevan haciéndose esta pregunta desde su independencia en 1963.
Al principio, acordaron una organización federal conocida como Majimbo que fue breve. El primer presidente del país, Jomo Kenyatta, revirtió el sistema e impuso una centralización tras vencer en las primeras elecciones tras la independencia en 1964.
Kenyatta consideraba un peligro el sistema federal, que ponía el foco en el gobierno local y dejaba un Estado central menor. Temía que el proyecto Majimbo impidiera crear un sentimiento nacional keniano y lo rechazó como una idea tribal y que iba contra los intereses del país.
Sin embargo, tras más de 40 años de Estado mayoritariamente centralizado, Kenia ha dado marcha atrás para intentar evolucionar. En 2007, la violencia poselectoral dejó más de mil muertos, 600.000 desplazados y una conclusión clara: Kenia estaba dividida, incapaz de unirse por las diferencias étnicas.