La revolución que, respecto a la fe y a nuestro intento de comprender a Dios, supone tanto la forma de vida como el anuncio o evangelio de Jesús, alcanza sus últimas consecuencias en el “sistema teológico” o doctrina oficial dentro de la Tradición y el Credo de Israel precisamente en esta escena mateana del Juicio Final, con la llegada del Mesías y el juicio definitivo de Dios sobre el mundo: la identidad de Dios sólo podemos percibirla en aquellos que necesitan del prójimo…
En el marco solemnísimo de un supuesto Juicio Final, el Hijo del Hombre, Juez Supremo Universal, no habla de unas leyes incumplidas, de derechos conculcados, o de deberes escamoteados… No parece tratarse en absoluto de simples mandamientos conocidos, ni de obligaciones que son consecuencia de nuestra fe en Dios; tampoco de un paralelo mundano de cómo deberíamos mostrar nuestro supuesto amor a Él haciendo el esfuerzo de aplicarlo a las hermanas y hermanos. Todo eso es demasiado “externo”; la escena de Mateo nos habla de la propia “esencia divina”, de su naturaleza, su ser divino como “confundido” con el de nuestros prójimos más débiles, impotentes y frágiles…
Para seguir leyendo: http://rescatarlautopia.es/2020/11/20/ovejas-o-cabritos-mt-25-31-46/