«Ni desde el CIC, ni desde la oficina se entiende ni ve la necesidad de los mismos, sí desde la práctica pastoral»
| José Mª Rojo G
Enorme revuelo se ha armado en la iglesia a propósito de la declaración Fiduci supplicans, publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y firmada por el papa Francisco. El Dicasterio está presidido por el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Víctor Manuel Fernandez, quien fuera contestado severamente por el sector más conservador de la Iglesia desde el momento de su nombramiento como Prefecto de tal Dicasterio (antiguamente llamado “el Santo Oficio”). Sinceramente fue uno de los pasos más audaces del actual Papa en la Reforma de la Curia. Paso que otros muchos agradecemos.
Ahora, al publicarse la Declaración, las reacciones en contra no se han hecho esperar. Veamos algunas cuestiones de fondo:
Se trata, pues, de simples bendiciones ad hoc ¿Por qué entonces se armó tal revuelo? Simple y llanamente por la cerrazón y el miedo, el temor -tal vez pánico- a que, a éstos, siguieran otros pasos. Pero es más importante lo que está debajo. Quiero ver un poco por separados los dos tipos de situaciones que se afrontan:
1º El tema de las parejas en “situación irregular”. Quizás es bueno que lo concretemos en parejas que a) son simplemente “convivientes” (no han formalizado aún su matrimonio religioso). En América Latina tenemos un porcentaje elevadísimo y por razones muy variadas:
-el “servinakuy” muy practicado en el Sur Andino Peruano (y muy mal llamado “matrimonio de prueba” ¡que no lo es!, sino que es un “matrimonio en proceso”) y que normalmente terminará en el matrimonio religioso (en expresión radical de algunos cristianos “matrimonio como gente”). Por desgracia, nos hemos acostumbrado a que el sacramento se dé en un lugar y un momento y se ligue a la bendición de alguien que ni es ministro, sino un testigo ¿no sería más lógico e importante considerar el matrimonio como un proceso que comienza antes del rito y que sigue después?
(…)
2º Las “parejas del mismo sexo”, los reconocidos socialmente como LGBTQ
Por mucho tiempo se aceptó socialmente que la atracción por el mismo sexo (los reconocidos homosexuales, gays, lesbianas…) era, en el mejor de los casos, una enfermedad. Y para ello, también desde la Iglesia, se aplicaba distinto tratamiento con el fin de poder “curarla”. Hoy cada vez es más frecuente el reconocimiento que -desde el nacimiento- hay más de una inclinación u opción sexual, que es “normal” la atracción del mismo sexo. En consecuencia, cada vez es más frecuente el “matrimonio de parejas del mismo sexo”, está reglamentado en el código civil de muchos y distintos países y crece la conciencia general de que esas personas tienen todo el derecho a reclamarlo como normal y legal ¡Esa es la tendencia! (Incluida la adopción legal de hijos, ya que la práctica demuestra que ningún caso reúne certeza de una buena crianza y educación, o lo contrario).
Obviamente, muchos se consideran y son verdaderos cristianos y piden a la Iglesia -al menos- una bendición para su amor de pareja. Los sacerdotes somos testigos también de las dos cosas: de esa realidad, cada vez más frecuente en la medida que se hace más pública y normal esa relación irregular, y del sufrimiento que muchas personas tienen que pasar al verse marginadas y discriminadas (peor aún, muchas veces heridas por burlas, desprecios, chistes inapropiados y un largo etc). Lógico y normal que, insistentemente, hayan reclamado a la Iglesia un cambio de actitud en la práctica.