Los habitantes de Derna no olvidarán el pasado 11 de septiembre. Ese día, Daniel destruyó gran parte de esta ciudad situada al noreste de Libia. No era un ser mitológico, sino una fuerte tormenta que provocó la ruptura de dos presas, lo que originó enormes inundaciones y corrimientos de tierra. Sin embargo, las pérdidas materiales no fueron lo peor, sino las humanas: de una población de alrededor de 100.000 personas, más de 4.000 fallecieron, 8.000 están desaparecidas y más de 44.000 se encuentran desplazadas, según datos de la ONU.
Esta tragedia marcó el 2023 para los ciudadanos de Libia, pero no fue el único fenómeno meteorológico extremo que afectó al continente africano. La sequía que azota el Cuerno de África desde 2020 ya ha provocado que 20 millones de personas sufran inseguridad alimentaria. El ciclón tropical ‘Freddy’, calificado como el más fuerte y duradero en el mundo, golpeó en febrero y marzo Madagascar, Mozambique y Malaui, causando muertes y cuantiosos daños materiales. Además, 2023 ha sido el año más cálido registrado, con máximos históricos en Túnez (49 ºC), Agadir (50,4 ºC) y Argel (49,2 ºC). Pero las consecuencias de estas no son parte del pasado ni preocupación única de estos países: cómo se recuperan será un reto en 2024 para todos los actores africanos. La pregunta este año es dónde ocurrirán y qué será: tormentas torrenciales, sequías extremas, ciclones…
2023 fue también el año en que se celebró la primera Cumbre Africana de Clima, desarrollada en septiembre en Kenia. Los dirigentes africanos hicieron un llamamiento a liderar el movimiento hacia el desarrollo sostenible con un discurso que se ha demostrado unitario. Destacó la propuesta del presidente de Kenia, William Ruto, de crear un mercado de créditos de carbono africano, dirigido a empresas que quieren compensar sus emisiones.