

La división es un mal que envenena a la Iglesia. Este es el mensaje que el papa Francisco quiso transmitir el martes 11 de octubre, durante la celebración de la misa en la basílica de San Pedro de Roma por el 60º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.
Ante 500 sacerdotes, entre ellos una treintena de cardenales de la curia, todos ellos llegados en procesión para recordar la entrada en la basílica de 2000 obispos el 11 de octubre de 1962, el papa advirtió, a lo largo de su homilía, contra la tentación de anteponer los intereses particulares al bien de la Iglesia.
«Egoísmos pelagianos»
«Siempre existe la tentación de partir más bien del yo que de Dios, de anteponer nuestras agendas al Evangelio, de dejarnos transportar por el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo», ha afirmado Francisco.
El papa, en especial, ha alertado contra «el progresismo que se adapta al mundo» y «el tradicionalismo que añora un mundo pasado». Rechazando ambas actitudes, que no son «pruebas de amor (de la Iglesia), sino de infidelidad», el papa también ha criticado esos «egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios».
Conflictos, venenos y polémicas
Abogando por una Iglesia «loca de amor por su Señor» sin tiempo para «conflictos», «venenos» y «polémicas», el papa rogó a Dios que «nos libre de ser críticos e impacientes, amargados e iracundos».