ABUJA – Un día de octubre de 2020, Serah Akpan, de 70 años, estaba sentada en su casa en el pueblo de Boki, en el estado de Cross River, al sur de Nigeria, cuando escuchó murmullos de jóvenes iracundos afuera. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, habían irrumpido en su casa, la habían sacado fuera y la habían amenazado de muerte por ser, supuestamente, una bruja.
«Empezaron a cortarme con un machete. Yo sangraba y lloraba, pero a nadie le importaba. Me hicieron un corte tan profundo en la pierna que, incluso ahora, no puedo caminar sola», cuenta.
Momentos después, formaba parte de un grupo de nueve personas que fueron acusadas de brujería y arrojadas a un feroz infierno de llamas, destinado a acabar con sus vidas de forma horrible.
Ella y dos más sobrevivieron tras su rescate por algunos samaritanos y se las llevó al hospital. Las otras víctimas fueron quemadas vivas y quedaron irreconocibles. Ahora, la vida le resulta difícil, porque las heridas que sufrió le impiden caminar y depende de sus hijos.
La «caza de brujas» prospera en África
La caza de brujas es un grave problema en toda África. En Nigeria, son frecuentes graves actos de violencia y abusos contra ancianas acusadas de brujería, sobre todo en el sur de este país occidental del continente, donde una versión extremista del cristianismo se ha fusionado con anacrónicas creencias nativas.
Las mujeres ancianas o discapacitadas que son tachadas de brujas por gente de las localidades donde viven, por causas de lo más fútiles, suelen ser objeto de destierro y aislamiento. En muchos casos, también corren el riesgo de sufrir linchamientos u otras horribles formas de brutalidad.
Esta inquietante tendencia cobró fuerza en la década de los años 90 en muchos lugares del continente, en parte por la influencia de populares películas y por autoproclamados profetas oportunistas que aprovechaban los miedos y la mentalidad anacrónica de la gente para obtener beneficios económicos.






