«Bendecid, orad y amad a vuestros enemigos»
La experiencia primordial y fundante del cristiano es la de ser amado por Dios. Dios es amor, (1Jn 4,8). Dios nos ama siempre y, sobre todo, en nuestra condición de pecadores y seres débiles: Dios nos ama cuando aún éramos pecadores, (Rom 5,8).
El Dios que se nos da a conocer en Jesús no es un Dios exigente o amenazante, sino que es un Dios de bondad. Ni tan siquiera se trata de un amor recíproco, de amistad (filia), sino la cuestión es que Dios nos ha amado primero, (1Jn 4,10.16).
La experiencia cristiana más genuina es, pues, la del amor. Donde hay amor, hay cristianismo. Es lo que tantas veces hemos cantado en nuestra vida: Ubi charitas et amor, Deus ibi est: donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Somos cristianos cuando nos sentimos amados por Dios incluso -y sobre todo- cuando nos vemos hundidos en la vida. Cuando no se tiene la experiencia de ser amado en la vida es muy difícil ser cristiano, sentirse bienaventurado en la vida (recordemos lo que escuchábamos el domingo pasado: sed bienaventurados, felices en la vida).
Uno puede ser un perfecto religioso cumplidor de la ley, aceptar militarmente el dogma, la doctrina y la disciplina eclesiástica, pero ser cristiano es amar y ser amado.