«¡Cuántos emigrantes están expuestos estos días a peligros gravísimos y cuántos pierden la vida en nuestras fronteras!»
Estar atentos y orar. Éstos son los dos medios, según el Papa Francisco, para preparar la venida del Señor. Porque, para “esperarlo con alegría incluso en medio de las tribulaciones, en las crisis de la vida y en los dramas de la historia”, hay que estar despiertos y no permitir “que tu corazón se vuelva perezoso y que tu vida espiritual se ablande en la mediocridad. Ten cuidado porque se puede ser ‘cristiano adormecido’. Y para eso es necesario vencer “al gran enemigo de la vida espiritual”: la acedia, “la pereza que nos sume en la tristeza y nos quita la alegría de vivid y las ganas de hacer”.
Tras el ángelus y ante una enorme bandera portada por emigrantes y los que les ayudan, el Papa, unos días antes de su visita a los campamentos de refugiados de Lesbos y de Chipre, repitió su dolorido llamamiento por los emigrantes. Y recuerda especialmente las penalidades de los emigrantes que murieron en el canal de la Mancha, los que se agolpan en la frontera de Bielorrusia, los que se ahogan en el Mediterráneo y, sobre todo, los que son repatriados a Libia, donde los traficantes los torturan y los hacen esclavos.
Y, una vez más, Francisco urge a las autoridades civiles y militares a activar su voluntad decidida de encontrar para ellos «soluciones que respeten la humanidad de estas personas».
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