Domingo 30 del Tiempo Ordinario – ciclo ‘C’ -: J. A. Pagola
21 octubre, 2022
30º domingo C  –  23 octubre 2022: J.R. Echeverría
21 octubre, 2022
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Domingo 30 del Tiempo Ordinario – ciclo ‘C’ -: Fray Marcos

DIOS NO TIENE QUE JUSTIFICARME NI CONDENARME / Lc 18,9-14

         Hoy tenemos dos inconvenientes. Primero, que se trata de una parábola y la parábola tiene un único mensaje. El resto es relleno. Segundo, en todo el NT enseña la patita el maniqueísmo. Lo tenemos metido hasta el tuétano. Bueno/malo, espíritu/materia, luz/tiniebla. Pero resulta que nada es blanco o negro. La realidad es una serie infinita de grises. Hoy se nos invita a ponernos de parte del publicano y en contra del fariseo y nos quedamos todos tan anchos. El fariseo tiene muchas cosas buenas que pasamos por alto y el publicano tiene muchas cosas malas que voluntariamente olvidamos.

         Lucas, en la introducción a la parábola, lo deja claro: “por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. El fariseo se siente excelente y falla en su apreciación. El publicano se siente pecador y falla al considerar que Dios está lejos de él, por eso tiene que insistir en pedir un perdón que Dios ya le ha otorgado. Lo más normal del mundo sería alabar al que era bueno y criticar al malo, pero a los ojos de Dios todo es diferente. Dios es el mismo para los dos, uno le acepta por su gratuidad, el otro pretende poner a Dios de su parte por la bondad de sus obras.

         Este mensaje se repite muchas veces en los evangelios. Recordemos la frase de Mateo: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. ¿A quién dijo eso Jesús? A los cumplidores de toda la Ley, que hoy serían los religiosos de todas las categorías. Aún hoy, desde nuestra visión raquítica del hombre y de Dios, nos resulta inaceptable esta idea. Seguimos juzgando por las apariencias sin tener en cuenta las actitudes personales, que son las que de verdad califican las acciones de las personas. Y lo que es peor, nos preocupa más lo que hacemos que lo que sentimos.

         Dios está cerca de los dos, pero el publicano reconoce que la cercanía de Dios es debida a su amor incondicional. En consecuencia, el publicano está más cerca de Dios a pesar de sus pecados. El fariseo cree que Dios tiene la obligación de amarle porque se lo ha ganado. “Los buenos de toda la vida” tienen mayor peligro de entrar en esta dinámica. Si nos atreviésemos a pensar, descubriríamos lo absurdo de esa postura. Todo lo bueno que puedo descubrir en mí viene de Él, que desde lo hondo de mi ser lo posibilita.

Texto completo: Domingo 30 del Tiempo Ordinario – ciclo ‘C’ – por Fray Marcos

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Manuel OSA