

La experiencia de mi vuelta a Malaui es muy rica; encuentra su sentido en la alegría que me proporciona y en las enseñanzas que
recojo ahora y desde que los conocí por primera vez, cuando todavía era seminarista.
Ahora estoy en Chezi, a 50 km de la ciudad de Lilongüe, la capital. La comunidad cristiana está compuesta, sobre todo, de agricultores, aunque los Chezis están en todas partes, en los lugares de construcción, cerca de la carretera principal, o en zonas donde se nota cierto desarrollo económico. La llegada de numerosas personas de otros lugares, como Lilongüe o Salima, ciudad
turística, cercana al lago Tanganica y Lubumbashi con su aeropuerto, es estimulante para el progreso. Da gusto trabajar aquí.
En Chezi, la principal actividad de nuestros cristianos es la agricultura. Pero como llueve poco, hay que trabajar muy duro. A veces, pienso que, si las lluvias fueran más abundantes, obtendríamos maravillosas cosechas en un tiempo récord. Aquí, las lluvias comienzan en diciembre y terminan a primeros de abril. No obstante, la gente sale adelante con cierta holgura. La región incluso exporta maíz, soja y tabaco a los países vecinos.
Uno de nuestros puestos de misión más lejanos es Mnkhupa, un modesto pueblo que se encuentra a unos 58 kilómetros de nuestra residencia. Hace poco fui a hacerles una visita en moto. Sigo los consejos que nos dieron en el seminario. Uno de ellos es que tenemos que saber respetar los ritmos de la gente. Estoy aprendiendo a ser flexible y no pretender ser el dueño de las circunstancias; la comprensión debe ser la clave de nuestro trabajo pastoral.
Aquel día mi visita estaba programada para las 7’30 de la mañana, pero la comenzamos a las 11’30. Era la hora que convenía a la gente. Al principio, estaba de mal humor, pero tuve que serenarme. Entendí que lo que importaba era la gente más que llenar el programa. Los agricultores trabajan bien, pero, alguien que no conoce bien la situación, podría pensar que son negligentes y por eso llegan tarde a las reuniones. Me di cuenta, por lo contrario, que la gente va a los campos antes de la salida del sol para poder trabajar más eficazmente. Al final, la reunión se pasó muy bien, aunque tuve que modificar y anular parte del programa de aquel día.
Me emocionó el encuentro con una viuda llamada Amayi Magdalena. Fuimos a su pobre casa y me pidió que rezara por ella. Al marchar me me regaló un hermoso gallo. Dudé en aceptarlo, pensando que era ella la más necesitada. Lo acepté por motivos culturales: un don, sobre todo, si es comida no se debe rechazar; sería considerado como un desprecio hacia la persona que te lo ofrece.
El puesto de más difícil acceso que he visitado ha sido Chikanda. Es también el más alejado de Chezi. Se encuentra al este de nuestra parroquia, en una zona muy montañosa. Fue una bonita experiencia, aunque tuve que demostrar mi capacidad para hacer lo que yo llamo “atletismo misionero”. Tengo que reconocer la generosidad de los malauíes, siempre dispuestos a sacrificar su tiempo para acompañarte en el camino. He sido objeto de esa generosidad.
Uno de nuestros responsables comunitarios me acompañó a hacer la visita a las personas mayores. Cuando íbamos de camino me dice en la lengua local: “kumene tikupita ndipa fupi”, es decir, el sitio a donde vamos está cerca. A mí, sin embargo, se me hacía largo el camino. De vez en cuando me decía: “es aquella casa”. Pero yo no veía ninguna diferencia entre las casas del pueblo. Todas me parecían iguales. Cuando llegamos, yo estaba muy cansado. Él me dijo: “así es cómo se hace cuando se acompaña a alguien a un sitio lejano para que no se desanime”.
Las personas mayores que visitamos estaban encantadas. Uno de ellos me ofreció huevos de avestruz. El mejor momento fue el de la despedida. Los ancianos me dieron su bendición. A la vuelta, el camino me pareció más corto. Volvía con sentimientos de agradecimiento por las bendiciones, el recibimiento, las sonrisas y los regalos recibidos. Pido a Dios que continúe bendiciendo
a nuestros ancianos, que tanto necesitan de nuestra presencia para aliviar sus vidas solitarias.
Marcellin Mubalama, Mafr