Esta historia cuenta con todos los ingredientes que hicieron famosas a las grandes novelas de Joseph Conrad. Es una historia con varias décadas ya a sus espaldas, que estos días ha vuelto a los titulares de algunos medios para, con toda seguridad, volver a desaparecer durante algún tiempo, barrida bajo la alfombra de la sobreinformación, como todas las historias que son incómodas para el suficiente número de intereses políticos y comerciales, sobre todo cuando, como es el caso, se camuflan bajo un manto de cooperación y transición energética.

Todo comienza el pasado 8 de septiembre cuando el comisionado del gobierno alemán para África, Günter Nooke, expresa en una entrevista con el Süddeustcher Zeitung el interés de su país en abastecerse de hidrógeno verde producido en África, concretamente de la planeada central hidroeléctrica Inga 3 de la República Democrática del Congo (RDC). Según informaba la escueta nota de prensa de la agencia dts, el gobierno de Angela Merkel juzga que Alemania necesitará en el futuro importar grandes cantidades de este combustible–considerado como una fuente de energía alternativa a las fósiles, ya que se produce mediante un proceso de electrolisis–, debido a que la producción nacional y europea será a todas luces insuficiente para mantener los niveles de producción y consumo de su economía. 

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