

Tesoros de mi vida misionera que guardo en mi corazón

No teníamos agua corriente ni luz eléctrica, pero nuestras conversaciones eran tan estimulantes que el tiempo volaba. Gracias a esta experiencia, hoy creo en la vida comunitaria y estoy orgullosa de sus valores. Otro tesoro que guardo es lo que aprendí ejerciendo mi profesión de enfermera y en el contacto y la cercanía con la gente.
¿Por qué misionera? Cuando somos jóvenes, solemos soñar, y mi sueño era irme lejos a conocer otros lugares, otras culturas, otra gente y ayudarlos. Estudié enfermería para poder cumplir esos sueños y acercarme a los más necesitados. Pero lo más importante era mi fe y mi relación con Dios, el otro supremo que motiva todo lo que hago.
En mi búsqueda, encontré a las Hermanas Blancas (Misioneras de Nuestra Señora de África) y sentí que quería ser una de ellas. Ellas me ayudaron a descubrir mi vocación.
Mi primera experiencia como hermana misionera fue en Deli, Chad. Con sus luces y sombras, Chad es un país que guardo en mi corazón como un tesoro. Allí descubrí lo que era una comunidad internacional, con Rollande, canadiense, Monique, francesa y Gloria, madrileña, que se dedicaban por completo a ayudar a un pueblo muy afectado por la guerra y la pobreza, pero que era consciente y orgulloso de sus valores y tradiciones. Las hermanas trabajábamos en lo referente a la salud y en la animación pastoral de la parroquia. Al caer la noche, nos gustaba reunirnos para rezar y compartir lo que habíamos vivido durante el día. No teníamos agua corriente ni luz eléctrica, pero nuestras conversaciones eran tan estimulantes que el tiempo volaba. Gracias a esta experiencia, hoy creo en la vida comunitaria y estoy orgullosa de sus valores.

Otro tesoro que guardo es lo que aprendí ejerciendo mi profesión de enfermera y en el contacto y la cercanía con la gente. Me pidieron que trabajara con Gloria, matrona y enfermera pediatra. Muchos de los se realizazan en las casas de los poblados y con las “matronas tradicionales”, pero a veces había problemas por falta de higiene, o bien por tratarse de mujeres que habían tenido muchos partos u otros problemas físicos. Hacíamos consultas prenatales para detectar partos complicados y también tratábamos a los niños enfermos. Llevábamos medicamentos genéricos que vendíamos a un precio módico y hacíamos un seguimiento. Encontrarme con las mujeres me daba mucha vida y me ayudaba a conocer mejor la cultura Ngambay.
De mi experiencia misionera, lo que más me llamó la atención por parte de la gente, fue la forma de aceptar la muerte como parte de la vida: “Dios nos da la vida y Dios nos la quita”. Los ritos funerarios en torno a los muertos, sobre todo, las personas mayores, tenían una gran importancia. Y, por ello mismo, era fundamental visitar y acompañar a las familias en el duelo, lo que fortalecía nuestros lazos.
Estos, junto con otros, son los tesoros que guardo en mi corazón. Es la herencia que recibí de un pueblo que, en su pobreza, compartió conmigo su riqueza.
Después, al filo del tiempo, fuí destinada a otros lugares y comunidades, que me han ayudado a madurar en mi entrega al Señor. Y con Él, mientras viva, seguiré viviendo mi sueño.
Hna. Marga Rodríguez
