

Francisco reivindica «la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo», del nuevo beato Juan Pablo I
«Con su sonrisa, el persistente Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado». Albino Luciani ya es el beato Juan Pablo I. En una ceremonia en la plaza de San Pedro, bajo una constante lluvia (también llovió el día de su funeral), Francisco reivindicó el legado del Papa de la sonrisa.
Y lo hizo sonriendo, pese al dolor en la rodilla, pese al clima, pese a las dudas que nunca faltan en un pontificado que, como el de Luciani, busca la reforma y la alegría del Evangelio. Porque esa es otra de las claves que Bergoglio destacó de Juan Pablo I. «El nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo«.
«Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica sólo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio “yo” en el centro y buscar la propia gloria», glosó Francisco en su homilía, después de que se leyera la inclusión del nuevo beato en el libro de los santos, y se descubrió el lienzo con la imagen de Juan Pablo I, realizada por Yan Zhang. Antes, tuvo lugar la tradicional peregrinación de obispos (se vio al cardenal Omella entre ellos), y la petición de beatificación, que el Papa concedió, ubicando su festividad litúrgica el 26 de agosto.