

| Amedeo Lomonaco, Vatican News
El objetivo del Día de hoy, establecido por las Naciones Unidas, es imprimir en la memoria de todos los pueblos el recuerdo de la tragedia de la trata de esclavos. Pero también para conmemorar lo sucedido en la noche del 22 al 23 de agosto de 1791. En esa coyuntura histórica, en la isla de Santo Domingo, actual Haití y República Dominicana, comenzó la revuelta liderada por el general Toussaint Louverture, un antiguo esclavo, que marcó un punto de inflexión en la batalla por la abolición de la trata transatlántica de esclavos.
«El levantamiento de Santo Domingo sacudió de forma radical e irreversible el sistema esclavista, y estuvo en el origen del proceso de abolición de la trata transatlántica de esclavos» (Kōichirō Matsuura, ex director general de la UNESCO).
La revuelta encabezada por el general Louverture fue el primer acto de una serie de acontecimientos que condujeron al fin de una época oscura en la que se compraban y vendían hombres, mujeres y niños. Entre los siglos XV y XIX, millones de jóvenes africanos fueron arrancados de su tierra y deportados a América. Se les hacina en barcos en condiciones deshumanas. Muchos mueren durante la travesía, otros muchos se ven obligados a trabajar en las plantaciones de café, algodón y caña de azúcar. La trata de esclavos es una herida indeleble. El Papa Pío II, escribiendo en 1462 a un obispo que partía para una misión en la actual Guinea Bissau, calificó el comercio como un «enorme crimen», «magnum scelus».
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