1 Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23 — 1 Corintios 15,45-49 — Lucas 6,27-38
“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”, nos dice Jesús en el Evangelio de Lucas de este domingo. La fórmula se asemeja a la utilizada en el Evangelio de Mateo: “Tú, por tanto, serás perfecto como tu Padre Celestial es perfecto” (Mt 5:48). Y tanto la de Mateo como la de Lucas tienen sus raíces en el mandato “Sed santos, porque yo soy santo”, que aparece cuatro veces en el Levítico, y que será retomada por la primera carta de Pedro (1 Pedro 1,16). Así, según la tradición bíblica, asumida y confirmada por Jesús de Nazaret, ¡Dios quiere que seamos misericordiosos, perfectos, santos como él! Pero, ¿es eso posible?
En 2013, Luc Ferry, un prolífico ensayista y filósofo, publicó con el cardenal Gianfranco Ravasi, “El cardenal y el filósofo”, donde dialogan sobre los grandes temas cristianos. Ferry se dice ateo, aunque la lectura de su obra os revela a un ateo con cierta inclinación agnóstica. En “El hombre-Dios o el Sentido de la Vida”, publicado en 1996, tras explicar cómo la pregunta sobre el sentido de nuestra vida es la que la secularización quisiera desgraciadamente hacernos olvidar, Ferry analiza dos movimientos opuestos y complementarios que observa en el pensamiento occidental actual: la humanización de lo divino y la divinización de lo humano. La experiencia cristiana se está involucrando cada vez más en lo humano de los hombres. Y en la medida en que el amor vivido hoy en la amistad y en la familia les parece más libre y liberador, los hombres descubren una aguda necesidad de apertura y trascendencia. Les gustaría llegar a ser «divinos». Pero, ¿es posible una nueva humanidad, una humanidad deificada?
Texto completo: 7º domingo C-Echeverría