Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52 — Apocalipsis 7,9.14b-17 — Juan 10,27-30
«Yo soy el Buen Pastor. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen». En esta semejanza empleada por Jesús, las ovejas no saben ni arameo ni griego. Pero no importa que no puedan comprender el Sermón de la Montaña o los anuncios de la pasión. Lo esencial es que escuchen y reconozcan la voz de Jesús, confíen en Él y lo sigan. Hay que deducir que Jesús es mucho más importante que lo que predica. Y cualquiera que sea su contenido, real o imaginario, las palabras de Jesús son ante todo una oportunidad para escuchar su voz, para asociarse con él, para vivir en comunión con él. El evangelista Marcos comprendió esto bien. Si el suyo es el más corto de los cuatro evangelios, es porque nos transmite pocas palabras de Jesús. Lo que quiere comunicarnos es, sobre todo, quién es Jesús, y cómo esto se manifestó en su comportamiento, en sus relaciones con la gente, en su muerte.
Una impresión semejante es la que nos deja la lectura del evangelio de Juan. Es cierto que Juan atribuye a Jesús varios discursos bastante largos. Pero en éstos, en lugar de proclamar explícitamente la “Buena Nueva”, Jesús hace una especie de auto-presentación: «Yo soy el pan de vida«, «Yo soy la luz del mundo«, «Yo soy la puerta«, «Yo soy el buen pastor«, etc. Se puede decir que, según Juan, la «Buena Nueva» no es un proyecto, ni una declaración de principios, ni siquiera una enseñanza o dogma. La Buena Nueva es Jesús mismo. Por lo tanto, creer no equivale a aceptar teorías, enseñanzas o dogmas. Creer es vivir en íntima comunión con Jesús tras haber escuchado su voz y haberla reconocido.
He reflexionado mucho sobre todo esto, a veces en voz alta y junto a mis colegas, con quienes he compartido mi propio cuestionamiento. En mi estancia en África noté cómo en la preparación para el bautismo, se daba gran importancia a las «enseñanzas», «mafundisho» en kiswahili. Siempre son necesarias. Yo mismo he enseñado mucho en parroquias y seminarios. Pero, –algo que era mucho más importante y necesario–, ¿a cuántas personas he acompañado en su caminar hacia un encuentro personal con Jesús de Nazaret? Mi propia relación con Jesús, ¿dónde estaba entonces ubicada? ¿Dónde sigue ubicada hoy? ¿Demasiado en los razonamientos de mi cerebro, y no lo suficiente en las misteriosas profundidades de mi propio corazón? Lo que nos conduce a nuevas preguntas: ¿Dónde y cómo escuchar hoy la voz de Jesús? ¿Cómo discernirla? ¿Cómo sé que es realmente la voz de Jesús, y no la de una moda pasajera, o la de mi entorno social o religioso que busca difundir sus gustos y novedades?
Texto completo: 4ºPascua-C-Echeverría