Nehemías 8,1-4a.5-6.8-10 — 1 Corintios 12,12-30 — Lucas 1,1-4; 4,14-21
Según los Evangelios, Jesús, en los momentos decisivos de su vida, para comprender lo que estaba sucediendo, para dar sentido a lo que estaba experimentando, y para encontrar fuerza y consuelo, recurrió a las tradiciones bíblicas. Se trata, al comenzar su vida pública, un texto del Poeta-Profeta Anónimo del exilio, en el que el poeta imagina cuál debe ser la labor de quien, o quienes Dios ha elegido: “El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad.» (Isaías 61). Y en el momento de su muerte, para mostrar su confianza en Dios, aunque moría condenado injustamente, Jesús retomará el Salmo 21 «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Dios mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, no hay silencio para mí», salmo que meditamos el Viernes Santo.
En esto, Jesús se comportó como un verdadero judío piadoso. Siguió el ejemplo de aquellos, mencionados en la primera lectura, que regresaron a Jerusalén después del exilio de Babilonia y que, una vez reconstruido el templo, comenzaron de nuevo sus nuevas vidas con la lectura del Libro de la Ley: «Esdras leyó el libro en la plaza que hay ante la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al Libro de la Ley». Incluso el Poeta Anónimo del Exilio que Jesús evocó en Nazaret, para anunciar el final del Exilio, se inspiró en el libro del Éxodo, describiendo cómo sería Dios mismo quien regresaría de Babilonia a la cabeza de su pueblo: “En el desierto abrid camino a Yahveh, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios… Entonces se revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá. Pues la boca de Yahveh ha hablado” (Isaías 40).
Texto completo: 3er domingo C-Echeverría