2º domingo B — 17 enero 2021

1 Samuel 3, 3b-10.19   —   1 Corintios 6, 13b-15a. 17-20   —   Juan 1, 35-42

Cualquiera que sea el evangelio sinóptico que leemos durante el año litúrgico (este año “B” es el de Marcos), el segundo domingo “ordinario” (el que sigue a la fiesta del Bautismo de Jesús) nos invita cada año a escuchar la visión del evangelio de Juan sobre las primeras «epifanías» o manifestaciones de Jesús. Se trata de tres textos: el testimonio de Juan-Bautista que vio al Espíritu descender sobre Jesús en el momento de su bautismo (Año A); la boda en Caná de Galilea, primera manifestación de Jesús ante sus discípulos (Año C); y el texto de hoy (Año B) que relata el testimonio de Juan y la iniciativa de dos de sus discípulos (Andrés es nombrado explícitamente y es muy posible que el otro sea Felipe, compañero habitual de Simón en el evangelio de Juan) que van en busca de Jesús. Esta iniciativa de los dos discípulos ha sido el punto de partida de mi meditación.

Como cristianos confesamos que la «fe», es decir, nuestra adhesión personal a Jesús, es un don de Dios. “Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado” dijo Jesús en el evangelio de Juan (Juan 6, 44). Pero en sus aspectos más fundamentales, nuestra humanidad, así como nuestra fe en Jesús, es a menudo paradoxal, y el don de la fe, el don de nuestro apego a Jesús, hay también que desearlo y buscarlo: “Los dos discípulos oyeron sus palabras, y siguieron a Jesús”. También tiene que ser alimentado mostrándolo a los demás: “Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: ‘Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo) ‘”. “Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa”, dijo Jesús en el evangelio según Mateo. Es por otra parte lo que el mismo Juan Bautista hizo: “Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: ‘Este es el Cordero de Dios'».

Texto completo:  2ºOrdinarioB-Echeverría