ACOGIDA SIN RECELOS (Mt 10, 37-42)
Aunque dada la exquisita sensibilidad y delicadeza de Jesús me resulta difícil admitir que esas palabras (“quien ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí…”) transmitidas por los evangelios como una alternativa entre el amor a los seres más queridos y que con mayor intensidad, gratuidad y profundidad han ejercido su amor con nosotros y nos han enseñado a amar, y el amor a Él sean literalmente suyas y las pronunciara en verdad tal como nos las presentan, como si se tratara de una disyuntiva; incluso en ese caso, no supondría ningún inconveniente el admitirlas (como tantas otras de sus discursos), como un evidente recurso retórico para acentuar el sentido de lo que pretende transmitirnos y que captemos en toda su intensidad. Porque no se trata, evidentemente, ni de una disyuntiva ni de incompatibilidad entre amar a Dios en Jesús y amarlo en nuestros más íntimos y próximos; y cada vez que lo hemos interpretado erróneamente así, relegando a la familia, o simplemente a alguien “próximo” (¿no es eso amar al prójimo?) pretendiendo con ello privilegiara Dios, hemos malinterpretado el evangelio e incluso faltado realmente a la caridad, anteponiendo nuestra supuesta salvación personal a través de un pretendido ejemplar –cumplimiento estricto y ciego, …
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