VENCER EL MIEDO (Mt 10, 26-33)
Una de las posibles formas de describir esa desconcertante personalidad de Jesús que nos lleva a percibir en Él la propia divinidad, es hablar de Él como de la persona que no teme a nada ni a nadie. Y ello sin ninguna altivez ni afán de suficiencia. Evidentemente, no me refiero a que no conozca el miedo tanto “físico” como “emocional” que forma parte de nuestra corporalidad y es inevitable, porque es como un reflejo constitutivo de nuestra biología, que nos permite y nos estimula a la prevención del peligro, a la huida de lo nocivo, o al sufrimiento como estado de ánimo; sino a que ninguna amenaza, ni tan siquiera la previsible consecuencia negativa para su persona que pudiera suponer su comportamiento cuando se trataba de vivir desde la misericordia y la bondad, era capaz de hacerle rectificar sus decisiones de entrega y de servicio desinteresado e indiscriminado.
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