Hace un año que vivimos en un contexto pandémico en el que las lecciones más importantes que hemos aprendido probablemente se relacionen con la toma de decisiones y la libertad.
Es evidente que la pandemia ha afectado nuestras vidas. Hemos aprendido a vivir de otra manera, adaptando necesidades a las múltiples restricciones y recomendaciones. Algunas finalmente sumidas en la obligatoriedad.
Hemos aprendido a echar de menos la rutina de la antigua normalidad, esa misma que nos estresaba hasta hace un año. Hemos aprendido que lo digital, que antes parecía que aislaba a las personas, permite mantenernos unidos.
También, que las redes sociales pueden convertirse en escenario digital para compartir experiencias, cuando uno solo puede salir, con suerte, a la terraza o asomarse a una ventana. Podemos seguir, pero dudo que esta lista tenga fin. Al fin y al cabo, hemos tenido que aprender, a marchas forzadas, en todas las dimensiones de lo humano.
La pandemia ha dado un fuerte frenazo a nuestras inercias psicológicas, sociales, políticas, económicas, laborales… Hemos parado. El mundo ha parado, y hemos podido vivir a cámara lenta y reflexionar. Sin duda, hemos aprendido mucho.