El gran poeta hindú Rhabindranav Tagore dice que “La muerte no es la extinción de la luz, sino dejar a un lado la lámpara porque llega la alborada.”
Así queremos vivir este momento enigmático de la muerte y del recuerdo de nuestros seres queridos; un momento misterioso, lleno de paradojas, como suele suceder siempre en las cosas de Dios. Aquello que podemos controlar lo seres humanos lo llenamos de precisión, de cálculos, de seguros. Pero la vida sigue siendo patrimonio de Dios, aunque nos cueste concederle esta evidencia. Por eso se escapa a nuestros cálculos, nos sorprende siempre y nos deja descolocados.
El misterio de la santidad y de la muerte, nos aborda una año más, cuando se acerca noviembre, para recordarnos nuestra condición. Vivir y morir se dan la mano todos los días como dos caras de la misma moneda.
Queremos situarnos ante el misterio de la muerte con la serenidad de quien cree que la muerte no es el silencio total o el abandono eterno, sino el encuentro definitivo con nuestro origen, con nuestro Dios, del que hemos salido y hacia el que todos caminamos empujados por la fuerza misteriosa de la vida y del Espíritu. Unamuno, el que dicen que era ateo, escribió para su tumba y allí está escrito en su lápida en el cementerio de Salamanca, este epitafio que es toda una declaración de valores y principios:
“Méteme, Padre eterno en tu pecho, misterioso hogar, allí dormiré, pues vengo cansado del duro bregar”
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