

Permitid que me presente: soy José Morales Maldonado, nacido en Torrenueva, pueblo de la costa granadina, a 5 Km de Motril. A mis 14 años, vino a dar una charla en nuestra parroquia un Padre Blanco motrileño, Gaby Cuello, que se marchaba a Malí. Él fue el “culpable” de mi vocación “Padre Blanco”: con su vestimenta árabe, su salero, su amor a Jesús y a África, me contagió “el virus” de la Misión.
La vocación se contagia: el Amor por Jesús, por África, sus gentes y su cultura.
¡Sí, la vocación se contagia!

Tras siete años en el seminario de Granada, ingresé en el noviciado de los Padres Blancos, en Gap, en los Alpes franceses, y el 19 de julio de 1969, a los 25 años, fui ordenado sacerdote en Motril por D. Antonio Montero, obispo auxiliar de Sevilla. Nombrado a Malí, a la Archidiócesis de Bamako, pisé tierra maliense por primera vez el 26 de septiembre de 1969. Nada más llegar, me impactó el bullicio y la alegría de la gente en Bamako, capital del país.
Al final del curso de lengua, en el Centro de Lengua de Faladyè, fui nombrado por el arzobispo a la parroquia de Faladyè, situada a 80 Km de la capital. Los PP. Richard (párroco) y Aloïs, belgas, me acogieron muy bien como nuevo miembro de la comunidad.
Faladyè, con sus 2.000 habitantes (musulmanes, de religión tradicional y cristianos) era el centro de la parroquia. De ella dependían 68 poblados. La actitud de Jesús, yendo al encuentro de la gente, y las consignas de nuestro fundador, el cardenal Carlos Lavigerie, me marcaron la ruta a seguir: “Amad África… Amadla, por mucho que tengáis que sufrir… Amadla con sus tradiciones de respeto y de fe… Los patriarcas amaron hasta las piedras de Jerusalén…”.

El bámbara, lengua tonal, la más hablada en Malí, no es fácil de aprender. Recuerdo que, después de un año de aprendizaje, una noche, en tertulia con la familia que me acogía en un poblado, un niño me dijo: “tan grande y todavía no sabes hablar”. Sus palabras me hicieron llorar a solas, pero, a partir de ese día comprendí que para aprender la lengua y para anunciar el Reino de Dios, tendría que hacerme como un niño… Antes de enseñar, hay que aprender de ellos lo mucho que nos pueden aportar.

Por eso pasé semanas y semanas en los poblados. La familia que me acogía en su casa, me dio su apellido; a partir de ese día, mi apellido en Malí fue “Traore” y no Morales. Me ofrecían cama, ducha con agua caliente al amanecer, comida y, sobre todo, disponibilidad y amistad.
Poco a poco, sentía que me iba soltando en la lengua, como el pájaro que empieza a volar, y me apasioné por la lengua y la cultura bámbara. A los tres años de misión en Mali, el Consejo General de Roma me pedía hacer estudios de catequética. Les escribí diciendo que ausentarme de Malí en esos momentos, sería como cortarme las alas en el aprendizaje de la lengua y les pedí que se me permitiera posponer dichos estudios; propuesta que fue aceptada.
He de decir que los catequistas me ayudaron mucho a aprender la lengua. Los proverbios me encantaban. Los bámbaras los utilizan en sus conversaciones Muy a menudo para dar fuerza a sus palabras, basándose en la sabiduría de los antepasados. Vi que muchos de ellos tenían sabor a evangelio. Por ejemplo: “I kana kè muru ye, i ka kè misèli ye”, (no seas cuchillo, sé aguja que cose y une). Es decir, no seas causa de separación sino de unión. Poco a poco recopilé 750 proverbios que me ayudaban a explicar mejor el mensaje de Jesús, en un mundo mayoritariamente musulmán. Me propuse ser agente de unidad y reconciliación entre musulmanes, seguidores de la religión tradicional y cristianos.

En 1985, a mi gran sorpresa, fui nombrado director del Centro de Lengua bámbara de Faladyè. Para mí, fue todo un reto, pero el hecho de que mi predecesor, el P. Carlos Bailleul, lingüista, había escrito una gramática y un diccionario, me facilitó la tarea. El curso duraba seis meses, de octubre a finales de marzo. Cada año acudían de 10 a 12 misioneros, nombrados a Malí: sacerdotes, religiosas y seminaristas para iniciarse a la lengua. El hecho de haber hecho estudios de Biblia, me facilitó poder iniciarlos a una pastoral, impregnada de la Biblia y de la cultura africana.
En 1986, estando en el Centro de lengua, tuve la gran alegría de recibir la visita de mi madre. Vino, aprovechando el viaje de vuelta a Malí del P. Gaby Cuello, mi paisano. Estuvo tres meses conmigo y su visita fue una gozada, tanto para mí como para la gente de Faladyè, contenta de poder acoger a la madre de un misionero. He de decir que toda mi familia siempre me ha apoyado y me ayudado mucho en mi vocación, incluso comparten conmigo el espíritu misionero.
Durante mis siete años de enseñanza, 77 estudiantes pasaron por el Centro de lengua. Fue una experiencia inolvidable que me enriqueció mucho. A petición de los estudiantes, en 1990 compuse un método “Asimil” para aprender el bámbara. En él seguía cada lección de la gramática del P. Bailleul, mi predecesor, pero con un lenguaje práctico empleado en las diferentes situaciones de la vida. Este método fue editado en 1994 por la editorial Karthala de París, gracias a la amabilidad del Ministerio de Cultura de Malí, que lo declaró “Método de interés cultural”. Este libro se sigue empleando actualmente en el Centro de Lengua Bámbara de Faladyè.
¡Sí, la vocación se contagia!

¡Sí, la vocación se contagia! Mi gran alegría, hoy, es saber que cinco jóvenes malienses, con cuyas familias he trabajado, son Padres Blancos en misión: cuatro en Argelia (en esta imagen estoy con la familia del P. René Munkoro) y uno en la República. Democrática del Congo.
Desde 2011 me encuentro en España, en nuestra casa de Madrid. No puedo más que dar gracias al Señor, al pueblo y la Iglesia de Mali por todo el bien recibido de ellos, que me ha hecho más cristiano y más misionero.
Pepe Morales, M. Afr.