Publicado 12 DE JUNIO DE 2022
Por DONATO NDONGO
La crisis ucraniana exhuma realidades antes ocultas: la fragilidad europea ante retos imprevistos. Anclada en su autocomplaciente altivez, olvidó que sus valores emblemáticos, libertad y prosperidad, no son fruto de su solo esfuerzo; otros factores contribuyen a cimentarlos: su proximidad con África, principal fuente de materias primas que sustentan su bienestar económico y social. Relación quebrada por su miope imprecisión, al exigir “buena gobernanza” a las tiranías impuestas con la descolonización mientras vacila en prescindir de ellas y propiciar sistemas que garanticen desarrollo y dignidad para todos. En consecuencia, los autócratas encuentran aliados afines para seguir inamovibles, y los pueblos desconfían tras decenios de hueras promesas.
En este contexto de desapego de Occidente, la guerra de Putin suscita reacciones encontradas: consternación ante agresión similar al arbitrario reparto colonial decimonónico, e indignación ante el trato discriminatorio si quien huye de su país es blanco o negro. Pese al difícil dilema de ciertos nacionalistas -¿cómo apoyar al agresor?-, Rusia concita crecientes simpatías en ciudadanos y gobernantes, y extiende su influencia política, comercial y militar. Un tercio de los delegados africanos se abstuvo de condenar la invasión en Naciones Unidas en marzo…
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