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El Señor de la Misión, Jesucristo ha Resucitado ¡Aleluya!

¿Cómo puede la resurrección de Cristo inspirar la vida de un misionero dedicado a proclamar el Evangelio en África? La resurrección es la victoria de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas.

Para un misionero que enfrenta desafíos como la pobreza, el conflicto, la enfermedad, la incomprensión cultural o la persecución, la resurrección de Cristo es un recordatorio constante de que nada es imposible para Dios. Nos invita a perseverar con confianza, incluso cuando los frutos de nuestra misión tardan en aparecer. «Si morimos con él, con él viviremos» (2 Timoteo 2:11).

En un continente marcado tanto por profundas heridas históricas como por una esperanza ardiente, la Resurrección ofrece a los misioneros una promesa de renovación, liberación y dignidad humana, porque el Resucitado viene a restaurar al hombre a su plenitud. Este mensaje puede conmover especialmente los corazones en África, donde la búsqueda de sentido, justicia y vida plena es profunda.

Puede que las personas no comprendan todo sobre la Palabra de Dios, pero ven el amor en acción y este les conmueve. Este testimonio silencioso, humilde, a menudo oculto, lleva consigo una luz poderosa, capaz de abrir los corazones a Dios.

La resurrección no borra las heridas de la Pasión: «Les mostró las manos y el costado» (Jn 20,19-29). Estas marcas se convierten en signos gloriosos de un amor extremo, entregado libremente hasta el final. Al contemplar este misterio, comprendemos que la verdadera caridad nunca es cómoda, sino que llega hasta la entrega total de uno mismo ante el sufrimiento, la incomprensión o el abandono. «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).

El misionero encuentra en la alegría de la resurrección la fuerza para amar sin calcular el precio, para entregarse plenamente, a veces hasta el sacrificio. No vive para sí mismo, sino para Aquel que murió y resucitó por todos (cf. 2 Co 5,15).

Tras la resurrección, los discípulos pasaron del miedo a la proclamación de la nueva vida en Jesucristo. Los misioneros están llamados a experimentar el mismo impulso: proclamar con alegría que Cristo está vivo, que camina con la gente, que transforma los corazones. Esta alegría contagiosa puede conmover a quienes buscan la verdad y atraerlos al Evangelio, incluso en contextos marcados por la imprevisibilidad de la vida cotidiana. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc. 24,5).

La misión no se limita a las palabras

En África, la misión no se limita a la simple predicación con palabras, sino que a menudo se vive con cercanía, compasión y servicio. Ya sea enseñando, cuidando, escuchando o compartiendo la vida cotidiana de los más pobres, cada acto se convierte en una participación en el amor de Cristo Resucitado. Esta caridad no proviene del mero esfuerzo humano, sino del poder de la nueva vida recibida de Cristo. Anunciar la resurrección no significa huir de la realidad presente para soñar con el cielo: significa trabajar ahora para transformar el mundo, sembrando semillas de justicia, paz, educación y reconciliación.

La resurrección hace que la caridad sea creativa y audaz, capaz de llegar a los demás donde estén y ayudarlos a levantarse. Vivir la caridad en un contexto misionero puede a veces significar afrontar la ingratitud, la soledad o el aparente fracaso. Pero la resurrección nos asegura que la entrega de uno mismo por el Reino nunca es en vano. Aunque los frutos no sean visibles, Dios obra en secreto, y la semilla sembrada con amor dará fruto a su debido tiempo. «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20).
El misionero se convierte en artífice de la resurrección donde la muerte parece tener la última palabra. Cuando amamos hasta el extremo, nos convertimos en signo vivo de Cristo resucitado.

Por: Salvador Muñoz-Ledo, M.Afr.


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