

A la tarde, mires a donde mires, verás un pan bajo el brazo, dentro de una bolsa transparente o empaquetado entre papeles de periódico. Soy muy pesada, lo sé, y lo he repetido ya varias veces, pero el pan es el rey de la cocina local marroquí. Y como no, del Ramadán.
El perfecto acompañante de los fogones en Marruecos también ha sufrido las consecuencias de la invasión rusa en Ucrania. Ambos países del este de Europa son, después de Francia, el segundo y tercer proveedor de trigo blando y cebada en Marruecos. Rusia aporta el 25% y Ucrania, el 11%. Con el comienzo de la guerra, ambos países echaron llave a las exportaciones, frenaron el comercio internacional y dispararon los precios del pan. El envío de trigo desde Rusia y Ucrania hacia Marruecos se desplomó del 24% al 3%.
Por si fuera poco, desde otoño de 2021, Marruecos sufre una de sus peores sequías en 30 años. Y el poco trigo —en comparación con lo importado— que producía de puertas hacia dentro, descendió considerablemente. En lo que va de temporada, Marruecos ha importado 3,5 millones de toneladas de trigo, frente al millón de la temporada 2021-2022.
Pero volviendo a lo del principio, en las tardes de Casablanca, a la salida del trabajo y de vuelta a casa, listos para el iftar, siempre verás un pan bajo el brazo, mires donde mires. El pan es todopoderoso en Marruecos. Es prioridad. Por delante de los desorbitados precios y los desajustes internacionales. La tradición gana.
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