El primer día del año es el día de la Paz. Sin embargo, la guerra habita en el corazón del hombre. Por más que pase otro millón de años, la paz no vendrá automáticamente como fruto de una “evolución natural”, ni porque inventemos más cosas, ni promulguemos pormenorizadas leyes. Podemos comprobar lamentablemente el uso cada vez más letal de la tecnología de los conflictos bélicos o cómo pasamos por encima de la ONU y de miles de normas cuando está en juego el dinero y el poder.
Sin embargo, todo puede ayudar y debe ser incorporado a la permanente construcción del poliedro de la paz, un sistema de relaciones siempre en situación inestable en este mundo. Seguir a Jesús, es la esperanzada convicción de la paz.
Que Pablo VI haya inaugurado el 1º de enero de 1968 este evento ininterrumpido, muestra la preocupación de trabajar por la paz desde distintos ángulos y lemas cada año. San Agustín afirmaba que la paz era “la tranquilidad del orden”, pero no cualquier orden, sino el “ordo amoris”, el orden del amor de Dios expresado en Jesús, que nos convierte en “instrumentos de su paz” (San Francisco de Asís), nos hace hermanos «misericordeadores», samaritanos a tiempo completo, bienaventurados servidores de los pobres, buscadores del Reino y su justicia, etc. etc.
Lo que está en juego hoy no es el progreso de la ciencia y la tecnología. Sino lo que hacemos con ellas. Si lo acompaña un techo ético o todo vale. Si existen límites, para qué, quienes los enuncian, quienes los hacen efectivos. En el documento sobre la paz de este año, Francisco reflexiona sobre estas preguntas.
Debemos quitarnos de la cabeza eso de que la ciencia es “neutra”. … la investigación científica y las innovaciones tecnológicas no están desencarnadas de la realidad ni son «neutrales», …tienen siempre una dimensión ética” (Francisco, 57 Jornada mundial de la paz, 2)
El solo hecho de llamar al complejo manejo de datos, “inteligencia artificial”, sólo puede ser una metáfora sesgada de la inteligencia humana. Por más que produzcan asombro, ésta siempre será “fragmentaria”, en el sentido de que sólo pueden imitar o reproducir algunas funciones de la inteligencia humana. Servirán solo “si somos capaces de actuar de forma responsable y de respetar los valores humanos fundamentales como «la inclusión, la transparencia, la seguridad, la equidad, la privacidad y la responsabilidad».
Siempre aparece la relación armoniosa de persona y sociedad, mercado y Estado, ejes de la Doctrina social de la Iglesia, que no busca dar recetas políticas mágicas ni apoya ideologías mesiánicas. Por eso no se casa con el individualismo, la absolutización del mercado ni la colectivización de estados totalitarios. Sus principios de dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad, la justicia social, etc., invitan a una permanente reformulación pacífica de la convivencia humana en un planeta de recursos limitados.
Así como a fines del siglo XIX el papa León XIII formuló con la “Rerum Novarum” la moral social ante los cambios producidos por aquella revolución industrial, así Francisco actualiza las consecuencias éticas del progreso tecnológico en los tiempos actuales.
“el progreso de la ciencia y de la técnica, en la medida en que contribuye a un mejor orden de la sociedad humana y a acrecentar la libertad y la comunión fraterna, lleva al perfeccionamiento del hombre y a la transformación del mundo”. El peligro hoy no es la falta de información como en otras épocas, sino su sobreabundancia caótica y manipulada por algoritmos programados para cercenar la libertad de las personas y pueblos… un riesgo para la supervivencia humana y un peligro para la casa común.
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