Antes de Cristo, en la Grecia clásica, todo parece indicar que Hipócrates salvó Atenas de una gran peste. Desde entonces, el mundo ha ido conociendo nuevas epidemias, plagas y enfermedades alarmantes, como la actual propagación del coronavirus. Tanto para enfrentarse a estos escenarios de emergencia sanitaria desde el pesimismo como para intentarlo desde el saber y el empirismo, la religión se ha combinado con la ciencia, consiguiendo a veces soluciones luminosas al miedo a morir.
Los griegos, a los que debemos los primeros pasos de la ciencia médica, supieron evolucionar del mito (la figura sanadora, por ejemplo, del centauro Quirón, un semidios) al logos, el descubrimiento de la ciencia a partir de la observación de la naturaleza.
Convencidos de que la salud consistía en el mantenimiento de un equilibrio aristotélico (mens sana in corpore sano), los griegos fueron los primeros en escribir tratados que relacionaban el bienestar humano con el cuidado de la naturaleza. Algo absolutamente central en la actualidad (que nuestro futuro no va más allá del futuro del planeta que nos protege), defendido por cada movimiento ecologista y por el papa Francisco en Laudato Si’ y en la más reciente Querida Amazonía.
(…)
De la ‘muerte negra’ a la actualidad
Otro franciscano de la Corona de Aragón, Eiximenis, escribió en el siglo XIV su recomendación de crear una “ciudad de los dolientes” en la que encerrar a “vagos y maleantes” y demás “inútiles para el trabajo”. Viendo cómo Italia se esfuerza en contener la propagación del coronavirus, no resulta difícil imaginar esa ciudad desierta en la que el fraile medieval, tan poco franciscanamente, proponía aislar a los que no servían en la ciudad productiva.
Para seguir leyendo: https://www.religiondigital.org/cultura/muerte-coronavirus-relacion-ciencia-religion-antiguedad-edad-media-cofradias-progresos-medicina_0_2212278774.html