Cristianismo mesiánico-profético y tradición neoplatónica-agustiniana
| Mariano Delgado, Decano de la Facultad de teología de Friburgo
En la Biblia encontramos dos formas de entender el reino de Dios y la relación del hombre con él: una más ontológica-cultual y otra más mesiánica-profética. La primera tiende al ritualismo, la otra a la comprensión del reino de Dios como un reino de justicia y paz, de verdad y libertad, que también debe tomar forma en este mundo. En la última época de la Iglesia no faltaron los representantes de un cristianismo mesiánico-profético, pero el ritualismo como patología tuvo a veces una cierta preponderancia, como en la época de Jesús en el judaísmo, y contra esto se levantaron los humanistas, reformadores y místicos en el Renacimiento.
El cristianismo mesiánico-profético en la unidad de la mística y la política será el sello de la nueva época de la Iglesia, la Iglesia del tercer milenio, si sabe superar su propia patología, el fanatismo celote o el intento de instaurar el reino de Dios por la fuerza. Pues el fin no justifica los medios.
Una de las cuestiones que tendrá una importancia central en la nueva época de la Iglesia es dónde mora el Señor y dónde hay que buscarlo. A la pregunta «Maestro –, ¿Dónde moras?» (Jn 1,38) la tradición cristiana –aparte de la presencia sacramental en la Eucaristía– da básicamente dos respuestas:
Una se refiere a Jn 14,23: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». En consecuencia, hay que buscar a Dios en nuestro interior, en el «fondo del alma», porque ahí ha hecho su morada y desde ahí nos invita tiernamente a la amistad, a la oración interior como conversación de amor, al autoconocimiento y al conocimiento de Dios. Esta tradición neoplatónica-agustiniana es el punto de partida del emplazamiento radical de la plenitud del Reino de Dios en el otro mundo y de la individualización de la historia, que Adolf von Harnack hacia 1900 consideraba como la «esencia del cristianismo».
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