Hasta la irrupción de Black Panther en 2018, todas las producciones hollywoodienses habían retratado África como un continente rural y encerrado en sí mismo. El argumento del África salvaje previa a la llegada de los europeos, aún reconocible hoy en gran parte de la estética occidental, se ha reflejado así en un vacuo urbano, o en el mejor de los casos, mostrando ciudades caóticas y pobres. Ni huella de la Tombuctú que el National Geographic describía como la París de la Época Medieval. De las cosmopolitas ciudades swahilis y su poderío comercial desde el siglo VIII. Occidente ha borrado la historia urbana africana precolonial para construir una ficción hoy tan arraigada en el imaginario occidental como los prejuicios, el racismo y la ignorancia con los que miramos hacia el continente y, en especial, hacia sus sociedades y culturas.
Mientras tanto, África ha pasado de tener cerca del 14% de población urbana en la década de los años 60 a estar a punto de obtener mayoría urbana. Además, todos los pronósticos apuntan a que el Sur del Sáhara albergará la mayor parte de mega-urbes del mundo para 2100. Así, Lagos, Cairo, Dar Es Salaam, Johannesburgo o Kinshasa, acogerán a más personas que Nueva York en menos de un siglo. Pero hay un dato que aún se nos escapa, y es que a escala internacional, las diásporas africanas alrededor del Planeta ya habían construído, con su presencia, una suerte de aldea africana global que está cambiando el propio significado, no solo de África, sino de la humanidad.
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