

«Tarea pendiente en la Iglesia es la de reformar sinodalmente las formas institucionales sacerdotales»
| Montserrat Escribano Cárcel
Vivimos un tiempo de identidades que se reivindican, se reclamaban y piden ser reconocidas. Una de las razones puede ser que muchas de estas identidades hayan dejado de ser interpretadas como «estables» e «inalterables», lo que supone que dentro de los contextos habituales ya no muestren los mismos significados que ofrecían con anterioridad y, por ello, necesiten ser resignificadas. En el ámbito eclesial, la identidad sacerdotal recorre también ahora algunos de estos caminos de incertidumbre, y en estos tiempos de sinodalidad propuestos por el papa Francisco, el sacerdocio está siendo una de las cuestiones más contestadas y centrales. Su sentido, pero especialmente las formas que reviste y las prácticas que entraña, requiere ser pensado con una cierta urgencia y con profundidad.
Como es bien sabido, el sacerdocio, al menos el ministerial, es un sacramento que se vincula al sexo. Sacerdotes son los varones. De ahí que ser sacerdote católico suponga hoy una forma de identidad que no puede disociarse de su identidad como varón. Culturalmente, el feminismo ha cuestionado cuáles son las masculinidades que precisan nuestras democracias para tener un mundo más habitable y vivible. Como sucede en otros espacios, dentro del sacerdocio tampoco abundan los referentes de aquellos que con su vida testimonien experiencias, búsquedas o puestas en marcha de otros modos de practicar la masculinidad.