Queridos amigos,
Conectado a la televisión vaticana en la soledad de mi habitación, acompañé al Papa Francisco ayer, Viernes Santo, durante la Liturgia de la Pasión y más tarde durante el Vía Crucis. Me impresionó el «vacío» de la Basílica y de la Plaza de San Pedro. Jesús estaba allí, su Espíritu estaba allí, todo el universo estaba allí. Allí estaban todos, incluso aquellos que, a la misma hora, sufrían o estaban muriendo. Y sentí que la basílica y la Plaza de San Pedro, «vacías», representaban simbólicamente la tumba también vacía de Jesús a la que nuestra oración nos llevará esta tarde durante la vigilia. Os envío este texto con la certeza de que este Jesús, que transforma nuestros vacíos en lugares de resurrección, todavía nos acompaña hoy. ¡Aleluya!
«Los evangelistas podrían haber usado la resurrección como la muestra más sublime del poder divino, pero no lo hacen. Jesús aparece sólo a aquellos que lo habían conocido antes de su muerte, y sólo a aquellos que habían comenzado a esperar en él y confiar en él. Jesús no se enfrenta a los que lo condujeron a su muerte. Tampoco se manifiesta a todo el mundo. A veces ni siquiera sus seguidores lo reconocen. Esta vida escandalosamente nueva sigue estando oculta, disponible tan sólo en el contexto de una relación con Jesús, su humanidad, su sufrimiento y su muerte. Se niega obstinadamente a que se le separe de este marco de explicación. Cuando los discípulos eligen un duodécimo para ocupar el lugar del traidor, Judas, este es el criterio que utilizan: alguien que estuvo con Jesús «desde el bautismo de Juan hasta el día en que nos lo quitaron, uno de ellos debe convertirse en testigo con nosotros en su resurrección» (Hechos 1:22). Nunca se podrá explicar la historia de la resurrección o tratar de adivinar su significado dejando de lado la vida y muerte de Jesús. »
(Jane Williams, « The Merciful Humility »)
(Artículo compartido por José Ramón Echeverría Mancho, p.b.)