A Brenda Gill, profesora de la Universidad Estatal de Alabama y coautora de Pan-africanism in modern times (Lexington Books), no deja de sorprenderle. Cuando en sus investigaciones aborda el continente africano en conjunto —desde la costa mediterránea hasta el cabo de las Agujas, en Sudáfrica— suele topar con el mismo desconcierto: “Académicos y políticos subsaharianos no entienden por qué incluyo, por ejemplo, a Libia; me dicen que allí son árabes, no africanos”.
Una adjudicación automática de identidades que conoce de primera mano Hanae Bezad, activista marroquí y fundadora de Douar Tech, una plataforma de inclusión digital. En sus reuniones con otros colaboradores de Smart Africa (ambicioso programa de innovación tecnológica), siempre es la única norafricana en la sala. “Hace un par de semanas, hablando con alguien de Nigeria, me preguntó si estaba familiarizada con África [su gesto de incredulidad resulta ostensible incluso por videoconferencia]. Le dije, muy seria, que yo era tan africana como él. Acabó disculpándose”, relata.
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