Se cumplen diez años de pontificado de Jorge Mario Bergoglio, ¿ha cambiado realmente algo en la Iglesia?
Cada Obispo de Roma, cuando asume su servicio al Pueblo de Dios, aporta su peculiar sensibilidad, su modo de ver y su propio proyecto evangélico de gobierno. En los días de reflexión, previos al cónclave de 2013, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio expresó su deseo de que el próximo Papa fuese un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayudase a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayudase a ser la madre fecunda que vive de «la dulce y confortadora alegría de la evangelización». Sin pretenderlo, estaba retratándose a sí mismo.
La Iglesia está cambiando. No hay más que abrir los ojos para ver que la Iglesia, en su misión evangelizadora, ha ensanchado sus horizontes, está abriéndose a nuevas relaciones y haciéndose presente en nuevos escenarios para defender la paz y la justicia y proclamar la fraternidad. La reforma sigue su curso. Va dando grandes pasos. Se aprecia en la configuración de la Curia Romana, en el empuje dado a la sinodalidad y en el nuevo estilo de gobierno desde la cultura del servicio. Por supuesto que lo más importante es la conversión de la mente y del corazón. Para el papa Francisco la reforma supone una fe viva que ilumine y anime el camino de la Iglesia. Una tarea que nos involucra a todos. El trasfondo que se muestra es el mensaje de la Bienaventuranza; lo que significa para él identificación con Cristo, dejarse guiar por el Espíritu y, por lo mismo, conversión permanente de las personas, de las comunidades y de la Iglesia entera, urgida a anunciar el Evangelio de la alegría.
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