Nada escapa al terremoto de la pandemia. Ni siquiera la idílica relación de África y China, que lejos de las habituales loas mutuas que se dedican sus líderes, soporta una tensión inusual bajo la sombra del coronavirus.
Antes de la pandemia, las aguas de las relaciones chino-africanas discurrían mansas por los valles de la geopolítica internacional, donde África es una esfera de influencia cada vez más china, en detrimento de la tradicional hegemonía de Estados Unidos y Europa.
Pekín alardeaba de una «amistad contra viento y marea» con el continente y blandía su retórica del «beneficio mutuo», mientras la élite africana entonaba elogios al oído del gigante asiático, como cuando el mandatario zimbabuense Robert Mugabe describió en 2015 al presidente chino, Xi Jinping, como una «persona enviada por Dios».
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