Asombro y autoridad. Una autoridad insólita y extraordinaria, absolutamente soberana. El poder del Reino de Dios llegando hasta nosotros como acontecimiento liberador del mal, de Satanás y de la postración que implica…
Desde el inicio, ese Reino de Dios cuya presencia y cercanía es pretensión de Jesús, se identifica con la autoridad de su persona y muestra su poder venciendo y rindiendo incondicionalmente, milagrosamente, a los poseídos, a quienes son fácil presa de una doctrina apolillada y carcomida al socaire de quienes llevan la voz cantante en la sinagoga acaparando y monopolizando los poderes de otros reinos…
De repente, con Jesús, se oye una voz distinta en la propia asamblea, en la reunión ortodoxa y apergaminada que ha hecho de la elección, la Ley y las tradiciones un lodazal que atrapa a las personas en lugar de liberarlas y animar sus vidas; y de la sinagoga un lugar hediondo y estancado porque ya huele a podredumbre, a tedio conformista y a inmovilismo de los dirigentes y otros interesados atenazando sin piedad al pueblo humilde y a los auténticos creyentes resignados…
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