Sofonías 3,14-18ª — Filipense 4,4-7 — Lucas 3,10-18
Meditando el texto de Lucas de este domingo, me he identificado primero con los que le preguntaban a Juan «¿Entonces, qué hacemos?». Y he pensado en lo que dice el Rey en la parábola del Juicio de las Naciones en el Evangelio de Mateo: «Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo”. ¿Qué debo entonces hacer ante el sufrimiento, la injusticia y la pobreza que aplastan a tantos de nuestros hermanos? Según Lucas, Juan pertenecía a la tribu de Leví, la tribu de los sacerdotes, y fue precisamente en el templo donde su padre Zacarías, «una vez que estaba de servicio en el templo con el gripo de su turno”, se enteró del futuro nacimiento de Juan el Bautista. Sin embargo, respondiendo al «¿Qué debemos hacer?» Juan no pide a la gente, ni a los publicanos ni a los soldados, que vayan a orar al templo, ofrezcan sacrificios o depositen limosnas en el Tesoro.
Les pide que sean justos y misericordiosos en su trato con los demás, especialmente con los más pobres. Y luego les habla de Jesús, el único que puede compartir con nosotros el Espíritu de Dios. Juan el Bautista nunca criticó al templo, a pesar de que se había convertido, según Jesús, en «una cueva de ladrones» (Mateo 21,13), e incluso si, en ese momento, algunos judíos piadosos, como los miembros de la comunidad de Qumram, críticos con el actuar de los sacerdotes, habían decidido no entrar más en él. Pero tampoco parece que el templo fuera lo más importante para él. Más cerca de nosotros, y en línea con Jesús y con Juan bautista, Oscar Romero, el obispo defensor de los pobres asesinado en 1980 y canonizado en 2018 por el Papa Francisco, advertía que “Una religión de misa dominical pero de semanas injustas, no gusta al Señor”.
Texto completo: 3erAdviento-C-Echeverría