Jonás 3,1-5.10 — 1 Corintios 7,29-31 — Marcos 1,14-20
“Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios”. Este es el texto, en su versión oficial aprobada por los obispos españoles, que escuchamos en la misa del tercer domingo del ciclo B. Sin embargo, en otras versiones (Nueva Biblia Española, Nueva Versión Internacional, Reina-Valera 1995) leemos: “Jesús fue a Galilea a pregonar la buena nueva de Dios”. Probablemente la versión de los obispos ha querido ser fiel al vocablo empleado por San Marcos, » evangelion » en griego, del que procede “evangelio” en español. Pero en el griego antiguo, así como en el griego popular de la época de Marcos, ‘evangelion’ significaba “buena noticia”, y de ahí las traducciones alternativas.
“Traducir es traicionar”. Pero dar un significado contemporáneo a un vocablo antiguo puede resultar un anacronismo muy engañoso. Y por ello, una primera pregunta que debiéramos hacernos a propósito del evangelio de este domingo sería: ¿Qué es lo que el término “evangelio” evoca en la mente de nuestros contemporáneos?
No tengo respuesta. Y que yo sepa no existen encuestas al respecto. Pero lo que sí sé es que estoy rodeado por gentes que tienen tantísima necesidad de “buenas noticias”. Está esa familia que sufre porque su hijo adolescente ha caído en el mundo de la droga. Y las personas mayores que se manifestaron el otro día porque sus pensiones habían aumentado sólo un 0,25%, y su poder adquisitivo seguía disminuyendo. Luego está mi vecino, con su padre enfermo de un Alzheimer muy agresivo, y que ni siquiera reconoce a sus propios hijos. Mi vecino es además creyente, y se pregunta a veces qué es lo que él ha podido hacerle a Dios…
Ya el mismo San Marcos interpreta, calificándolo, el «evangelio», la “buena noticia” que pregonó Jesús. Según Marcos, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios, la buena noticia de Dios. Cuando escribía su evangelio, Marcos era ya “cristiano”, discípulo de Jesús, el Cristo resucitado. Marcos sabía que en Jesús, los primeros discípulos, lo mismo que ahora nosotros, habían encontrado a Dios. Y, poco importa cómo uno explica esa vivencia, Marcos sabía que “Dios” estaba en el corazón de lo que Jesús fue y vivió. Y que Jesús quiso compartir con nosotros aquello que le era más íntimo, su misma relación con el Dios que él llamaba “abba”, “papá”. Según Jesús, y según San Marcos, Dios mismo es ante todo la Buena Noticia.
Según Jesús y según san Marcos… pero no necesariamente según la gente que seguía a Jesús por los caminos de Galilea y Judea. La suegra de Simón quería que se le fuera la fiebre. Los leprosos que Jesús encuentra al salir de Cafarnaúm buscaban la curación, lo mismo que el paralítico a quien Jesús perdonó sus pecados. Leví, el aduanero, deseaba hacer la paz con su propia conciencia, Jairo que su hija se curara, la hemorroisa que el flujo de sangre cesara y la mujer pagana siro-fenicia que el espíritu inmundo dejara en paz a su hija… Esa era la “buena noticia” en la que pensaba la gente que seguía a Jesús y que buscaba cómo encontrarlo.
De hecho, por mucho que “Abba”’ fuera la base y el centro de su vida, y que compartir con nosotros su amor por ‘Abba’ fue la primera prioridad de Jesús, no se puede decir, por lo menos leyendo el Evangelio según San Marcos, que Jesús haya hablado muy a menudo de su «Abba». Tenemos la impresión de que Jesús está demasiado ocupado con el sufrimiento concreto de las gentes, que se empeña en ser su siervo, y que quiere en primer lugar responder a sus necesidades concretas… O si lo preferís, que es con su comportamiento al servicio de los demás como Jesús explica quién es “Abba” realmente y cuál es su inmenso amor por nosotros…
San Marcos tiene pues razón al escribir que Jesús fue a Galilea a proclamar la Buena Noticia de Dios. Pero en realidad, en tanto en cuanto evangelista, San marcos no es nuestro modelo. Nuestro modelo es Jesús: “Abba” ocupa el centro de su corazón, y las necesidades concretas de la gente son la primera prioridad de su actividad. Y ello aun cuando la misma gente no comprende cuál es la Fuerza que lo inspira, ni tampoco parece interesarse por el Abba de Jesús. Conocemos bien como termina esta historia en el evangelio según San Marcos. Es precisamente en el momento de la muerte, cuando el fracaso y la incomprensión de la gente parecen absolutos, cuando un extranjero, “el centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios´´”
Ramón Echeverrìa, mafr