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Isaías 45, 1.4-6a   —   1 Tesalonicenses 1, 1-5b   —   Mateo 22, 15-21

 “Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Se trata de una de las citas evangélicas de las que más se ha abusado, utilizándola a menudo fuera de contexto para defender la separación entre política y religión. Y sin embargo, siempre en el evangelio según Mateo, Jesús nos pide para ser la sal de la tierra, sal que hace más humano y más cristiano todo lo que hay de bueno y bello en nuestro mundo, incluyendo el compromiso político al servicio de la sociedad e incluso el uso del dinero para el bien común.

Para el evangelista Mateo el contexto está muy claro. Una parte del pueblo judío sufría bajo la dominación romana. Una buena oportunidad para que los fariseos le tendieran una trampa a Jesús. Y lo hicieron en presencia de los partidarios de los reyes herodianos, que colaboraban con los romanos, dado que éstos habían apoyado su reinado: “¿Es lícito pagar impuesto al César o no?”. Una pregunta siempre actual y que se parece un poco a la que le hacen estos días al arzobispo de Barcelona: “Los catalanes quieren la independencia. ¿Usted qué opina?”. Jesús se las apaña mostrándose más sabio y astuto que sus enemigos: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?”.  Que era el más astuto, Jesús ya lo había demostrado en el capítulo anterior –siempre en el evangelio de Mateo–, cuando los sumos sacerdotes habían cuestionado su autoridad. Sabiendo lo mucho que estaban divididos en su actitud hacia Juan Bautista, Jesús les respondió: También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?”.

En realidad, como ya lo sabéis, cuando Mateo escribe su evangelio, lo hace en un contexto más amplio y más actual, tanto para él como para nosotros, el de nuestro enraizamiento humano.  Es un hecho que nuestra vivencia cristiana se enraíza en la vivencia judía. “La salvación viene de los judíos”, dice que Jesús a la samaritana en el evangelio según San Juan. Rechazar nuestras raíces nos llevaría a la muerte espiritual. Por eso la comunidad cristiana condenó en 144 las ideas de Marción, que rechazaba al Dios del Antiguo Testamento por considerarlo opuesto al Dios del amor del Nuevo Testamento. Sin embargo la primera gran crisis que la comunidad cristiana tuvo que atravesar fue causada por sus raíces en el Antiguo Testamento, que se estaban convirtiendo en una prisión, en murallas que impedían el abrirse la Iglesia a las naciones y la transformación que esa apertura implicaba. Así es como según Mateo en el evangelio de este domingo, en su respuesta “Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, Jesús no sólo aparece como más sabio y listo que sus enemigos, sino que muestra también su oposición al nacionalismo judío de fariseos y herodianos que casi destruiría la comunidad cristiana en su primera crisis de crecimiento.

Esta crisis, Lucas la cuenta, suavizándola, en los Hechos de los Apóstoles. Mateo escribe su evangelio a sabiendas de que, gracias a Pedro, garante de la unidad, la barca de la Iglesia está ya capeando el temporal y avanzando hacia alta mar. Así en su evangelio, el último mandato de Jesús es: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes”. Y Pablo, uno de los principales actores durante la crisis, explica a los Gálatas que para los discípulos de Jesús “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer…” 

Tenemos que reconocer con realismo que la semilla del Evangelio trabaja lentamente, al ritmo del universo, y que aún no hemos asumido del todo las intuiciones espirituales de Pablo, Mateo y Lucas. A pesar de ello, ya que este domingo es el «Domingo de la Misión», es bueno recordar que la primera comunidad comprendió que Jesús nos quería libres cuando tuvo el coraje de ir más allá de sus raíces judías y abrirse a las naciones del mundo Mediterráneo. Y que la presencia de la Iglesia fuera de Europa nos llevó (¡más vale tarde que nunca!) a aceptar como valor evangélico la dignidad de toda persona y para oponernos a toda forma de esclavitud. Hoy, a pesar de (o debido a) la presente globalización, la mujer sigue siendo discriminada y todavía nos dividen los nacionalismos. ¿Seremos capaces de aceptar que para los discípulos de Jesús “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer”? Es la pregunta clave de este vigésimo noveno domingo ordinario, “Domingo de la Misión”.

 

Ramón Echeverría, mafr


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