Isaías 25,6-9 — Filipenses 4,12-14.19-20 — Mateo 22,1-14
“La boda está preparada pero los invitados no se la merecían”. Esta parábola del banquete de bodas aparece los evangelios de Mateo y Lucas. Se refiere, una vez más, a la salida del Reino de Dios de Jerusalén hacia el mundo pagano, del centro hacia la periferia y en la versión de Lucas, de quienes sacian cada día su apetito sin necesidad de un banquete de bodas, hacia “los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos”.
Pero dado que estos domingos estamos leyendo el evangelio según Mateo he meditado sobre todo la historia, tomado probablemente de otra parábola y añadida al final del texto de hoy, del huésped que no llevaba el vestido de boda. Leyéndola se tiene la impresión de que para Mateo, judío que escribe para una comunidad mayoritariamente judía, la apertura hacia mundo pagano ya está en marcha. Y él quiere también alentar y, si es necesario, para alertar a los nuevos cristianos no judíos: ser el recién llegado no puede ser una excusa para no vestirse con ropa de boda.
La situación actual de nuestra comunidad cristiana es semejante en algunos aspectos a la de hace dos milenios. A pesar de los deseos del papa Francisco, el centro, en nuestros días Roma, apenas si toma en serio a las periferias geográficas, culturales, sociales, en particular las “periferias de género”. Sus instituciones se han hecho demasiado pesadas para ello. Por ello, dado que la del Reino es ante todo obra de Dios, me siento invitado a orar por todos aquellos que habitaban en las periferias y que han terminado abandonando la Iglesia. Y también por quienes aun estando con nosotros sienten la tentación de marcharse.
Por otra parte no puedo olvidar que en la parábola de Mateo un invitado de última hora ha sido expulsado porque no llevaba la ropa de boda. Y puesto que defiendo el descentramiento de nuestras instituciones, y a menudo me coloco en la periferia. ¿No debería entonces preguntarme si mi ropa es la adecuada para la boda? Todos hemos leído Rebelión en la granja, de Georges Orwell, conocemos Il Gattopardo de Lampedusa («todo tiene que cambiar para que todo siga igual») y, más concretamente, el principio social de la tortilla española, según el cual quienes critican el poder se comportan del mismo modo en cuanto lo obtienen. Entonces, puesto que quisiéramos que nuestra Iglesia se descentre como lo hizo en tiempos de Mateo y de Pablo, ¿son de boda los vestidos que llevamos? ¿Cuál tiene que ser ese vestido de boda?
Pablo lo menciona varias veces: “Revestíos del Señor, Jesús y Mesías, y no deis pábilo a los bajos deseos” (Romanos 13:14). “Todos sois hijos de Dios porque, al bautizaros vinculándoos al Mesías, os revestisteis del Mesías” (Gálatas 3:27). Este tema aparece a menudo en nuestras meditaciones porque es un tema fundamental. Quienes han vivido en el África subsahariana y han experimentado la importancia de las máscaras, lo comprenden muy bien. En las culturas tradicionales al ponerse una máscara, la persona que lo hace se identifica con todo lo que la máscara evoca y simboliza. Revestirse de Cristo equivale a vivir en comunión total con él, y a comportarse de forma consecuente.
He aquí pues una prioridad absoluta para quienes, como yo, aplauden la parábola de este domingo y piden que nuestra Iglesia salga de su ombliguismo en favor de las periferias y de los pobres. Según el espíritu del Evangelio, las periferias son absolutamente necesarias, incluso más que el centro, cuando se trata de avanzar y abrirse a las necesidades de quienes viven fuera de la comunidad. Pero a condición de que la comunión con Jesús sea nuestra prioridad. De lo contrario nada habrá cambiado ni en la comunidad ni en nosotros mismos. Y habremos merecido “ser arrojados fuera, atados de pies y manos”.
Ramón Echeverría, mafr